domingo, 22 de abril de 2012

La fille sur le pont.


- Adelante Adèle, cuéntenos.

- Pues...tengo...

- Tiene veintidós años...

- No, los cumpliré dentro de dos meses.

- ...y dejó de estudiar muy joven porque quería ponerse a trabajar, ¿no, Adèle?

- Sí, aunque en realidad no fue para trabajar sino porque en esa época había conocido a alguien, me apetecía estar con él, por eso decidí marcharme de casa. Prefería vivir con un chico que con mis padres y cuando le conocí aproveché la oportunidad.

- ¿Era una necesidad de libertad?

- De libertad no sé, lo hice para acostarme con él porque cuando era más joven creía que la vida comenzaba cuando se hace el amor y que antes no eres nada. Era el primero que me lo proponía y me marché con él, para estar juntos y para empezar mi vida. El problema fue que no tuve un buen comienzo.

- ¿No se llevaba bien con ese chico? ¿Por qué no tuvo un buen comienzo?

- Porque conmigo siempre es así, empieza mal y termina peor, nunca acierto cuando elijo un número. ¿A visto esos papeles pegajosos para atraer moscas en espiral? Pues yo soy igual, atraigo las historias cutres que pasan a mi lado. Creo que hay gente así, que son como un imán para aliviar a los demás.
Nunca acierto cuando elijo un número.
Todo lo que intento, todo lo que toco se convierte en una putada.

- ¿Cómo se lo explica, Adèle?

- Oh, pues la mala suerte no se explica, es...es igual que el oído musical, se tiene o no se tiene.

- ¿Qué pasó con ese chico?

- ¿Con cuál?

- El primero, el chico con el que se fue. ¿No llegaron a hacerlo?

- Sí, claro que lo hicimos...

- ...Pero le decepcionó.

- Pues no, y ahí está el problema porque si no me hubiese gustado tanto quizá no estaría donde estoy.
Es que... la primera vez no estábamos muy cómodos.

- Claro, la primera vez nunca es fácil, y además no estaba cómoda porque eran los dos muy jóvenes.

- No, porque estábamos en los servicios de una gasolinera y no es muy práctico, no sé si usted lo ha intentado.

- Mm no...

- Es complicado, sobretodo en las autopistas. Fue idea mía hacer dedo porque creía que las historias de amor siempre ocurrían al lado del mar. Claro que yo estaba equivocada. Pero... es normal, porque a fin de cuentas buenas ideas no he tenido nunca.
Es que siempre me pasa igual, enseguida me embalo, no pienso, es mi defecto.
Menos mal que alguien me recogió, sino creo que hubiese sido capaz de tirarme debajo de un camión.

-¿Quien la recogió?

-No se lo puedo decir porque era un hombre casado. Un psicólogo, se dio cuenta en seguida de que tenía una ‘depre’ de la leche. Hizo todo lo que pudo para levantarme la moral, se desvivió tanto que creí que me había quedado embarazada. Afortunadamente solo era apendicitis, afortunadamente... por decir algo, porqué... con el anestesista tampoco tuve mucha suerte.

-¿Tuvo problemas con el anestesista?

-No, era encantador, y además parecía tan enamorado que le habría seguido al fin del mundo… pero en realidad solo fuimos hasta Limoux.
Es curioso, ¿no?, como la gente puede parecer colada por ti cuando no lo está. Debe de ser fácil fingirlo. Me decía que le producía el mismo efecto que un Cointreaux, pero se cansó rápido del Cointreaux y se fue a llamar por teléfono.

- ¿A quién?

- Nunca lo supe, porque desapareció. Estábamos en un restaurante. Yo no sabía que había otra salida y me quedé esperando hasta que cerraron.
El dueño vivía encima. Olía un poco a fritura pero tenía las manos delicadas, y suaves. Las manos engañan, te pueden hacer creer cualquier cosa. Así es como empecé a trabajar, me contrató de relaciones públicas en su restaurante.

- ¿En qué consistía su trabajo?

- Pues, al principio tenía que recibir, sonreír a todo el mundo… no me daría un infarto con ese trabajo, pero una sonríe y la gente se equivoca, y en Limoux hay tantos hombres que se sienten solos... desde fuera no te das cuenta, el juez me dijo que era una de las zonas de Francia con más personas deprimidas.

- ¿Qué juez, Adèle?

- El que se encargo de mi caso cuando cerraron el restaurante, por el tema de las relaciones públicas. Él también era depresivo, pero fue igual, tampoco se ocupó de mi mucho tiempo, ni un cuarto de hora, en una habitación de un hotel, sin almohada, sin tele, sin cortinas...creo que no era mala persona. Al verme los ojos rojos de tanto llorar me ofreció su pañuelo... y se marchó.
Puede que no me merezca nada mejor. Debe de estar escrito en algún sitio, no sé dónde. Hay gente que ha nacido para ser feliz y a mí todos los días de mi vida me han engañado. Todo lo que me prometieron me lo creí, pero nunca he conseguido nada: No sé hacer ninguna cosa, no le importo a nadie, no soy feliz...ni siquiera soy realmente desgraciada porque seguro que te sientes desgraciado cuando has perdido algo, pero nunca he tenido nada mío, solo mi mala suerte.

- ¿Cómo se imagina el futuro Adèle?

- No lo he pensado...Cuando era pequeña solo deseaba una cosa: Crecer. Quería que sucediera deprisa. Pero ahora no se para qué ha servido todo esto, no sé para qué, hacerme mayor. El futuro es como una sala de espera, como una gran estación con bancos y corrientes de aire…y detrás de los cristales un montón de gente que pasa corriendo, sin verme. Tienen prisa. Cogen trenes o taxis. Tienen un sitio donde ir…alguien con quien encontrarse. Y yo me quedo sentada, esperando.

- ¿Qué espera, Adèle?

- Que me ocurra algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario