martes, 22 de noviembre de 2011

Lluvia.

A él le encantaban los días grises, disfrutaba esas mañanas en el tren enmudecido por la lluvia precipitada en los cristales, le incitaban a volver al sueño tan profundo que había dejado atrás hacía a penas veintidós minutos. Pero no, no podía dejar pasar las formas que dibujaban esas gotas, haciendo carreras entre sí por ver quien llegaba antes, deslizándose hasta desaparecer de su vista o convirtiéndose en otras tantas gotitas. Eran detalles nimios que su obsesión observadora convertía en grandes. Cualquier cosa que ocurriera a su al rededor podía ser la metáfora de algo y él tenía que estar alerta, siempre, para identificarlas.

Cuando bajaba del tren, entre el andén y su destino habían doce calles. Él aún sabiendo que lloviera nunca cogía paraguas. Le encantaba empaparse, sentir el cosquilleo de la fina lluvia en su cara. Andaba por las aceras esquivando las cascadas de canaletas mal embocadas, las gotas duras que caían de embalses en tres toldos y haciendo saltos de atletismo para evitar los charcos más profundos. La rutina aburrida de ir al trabajo, se convertía en toda una aventura para él.




Vicente Viz.

1 comentario:

  1. No soporto la lluvia, un poco tal vez me valga, sobre todo si dispongo de botas de agua para ir de charco en charco, pero no mucha, me agota.
    Bonito texto.
    Me leere ahora los anteriores, he estado un poco fuera :)
    Un abrazo!

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